sábado, 15 de abril de 2017

Últimos días de invierno en Granada

Para inspirarme en escribir esta entrada, citaré unos párrafos del libro Memphis-Lisboa, de la autora Elvira Lindo:


"Me gusta espiar al hombre que quiero. Observar cómo trabaja, cómo se abstrae del mundo y de mí, sentir que está habitando un universo ajeno al mío. Su ensimismamiento lo hace más atractivo a mis ojos.


En el invierno de 2014, tan duro que no invitaba a salir a la calle, hubo muchas tardes como ésta. Él estaba abducido por una historia que había rumiado meses antes, en Lisboa, y pasaba gran parte del día leyendo sobre un asesino, James Earl Ray, y su víctima, Martin Luther King."

Los días 3, 4 y 5 de marzo del presente año he vivido mis "últimos días de invierno en Granada". Días en los que la lluvia, el cielo gris, el frío, el viento y demás fenómenos meteorológicos invitaban a quedarse en el hotel en lugar de salir a la calle, a la aventura, a contemplar la belleza de una ciudad soñada que ha sido y es eterna. Días que quedarán en mi recuerdo porque, aunque vuelva a esa ciudad en el futuro, ya nada será igual. He vivido durante muchos años con un sentimiento de esperanza, de quietud en la que subyacía un anhelo de un proyecto futuro, de emociones contrapuestas en el que por un lado mi parte más soñadora me decía "espera" y la parte más racional de mí me afirmaba que aquello era solo un "sueño delirante". Además, ese vínculo se fortalecía por mi estrecha relación con la música, las letras, la poesía, el "deseo, cariño, mirada desnuda..." y un largo etcétera que, hace años, me hicieron sentirme el hombre más querido e ilusionado del mundo. Pasó el tiempo y aquellas palabras se esfumaron. Escribo este texto con total libertad a través de este blog ya que es el único medio de expresión en el que me siento, total o parcialmente, libre en cuanto a contenido y forma. 

Así me he sentido estos días allí. Abducido, todos estos años, por un sentimiento que había rumiado meses atrás, antes de producirse todo el caos en que, a continuación, me vi sometido. Atrapado en una idea que no era más que algo delirante en cuanto a su temática. Por muchos momentos, he llegado a sentir que tal pensamiento se me escapaba de las manos como aquel niño que alcanza una ola, cuando ésta viene a morir a la orilla del mar. Solo deseo que toda esa etapa quede atrás. Ya nada de eso cabe en esta vida, que es más firme, serena, tangible, realista y con una idea que extraigo de que hay veces que ciertos aspectos de la vida de uno tienen que ponerse muy mal para, poner "pies en pared", cuestionarse ciertas cosas, asumirlas, querer cambiar, tener el propósito de ello y, por fin, materializar la vida que, en realidad, siempre soñé.  

Fuera, en esta ciudad, me aguardan un sueño y una historia de amor que quizás contar. 
Una y otra vez, me voy como he venido. No me detendré ni un segundo más en esa calle a esperar que suplique por lo mismo. 

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